Si antes pensamos que cualquier situación ya no puede empeorar más de lo que estaba, la realidad, desgraciadamente, nos confirma la ley de que absolutamente todo puede empeorar, o que, si existe la posibilidad de que algo empeore, con toda seguridad lo hará. Y así es y está siendo la triste realidad económica internacional en la que nos encontramos. Si pensábamos que el Brexit era lo peor que a la economía europea (y concretamente a la española) le podía pasar, nos equivocábamos. Teníamos un tumor a tratar y ahora nos sale además una neumonía que antes fue un resfriado mal curado. Con lo que ya teníamos que soportar con el Brexit, van nuestros “amigos” norteamericanos y nos lanzan una batería de subida generalizada de los aranceles. Así por ejemplo, en el caso de la aceituna de mesa española, a la que el Sr. Trump no debe apreciar mucho en sus martinis ni pizzas, ya las resfrió subiéndole los aranceles a las aceitunas negras, coge y ahora las quiere mandar a la UCI, porque ahora va y también se los sube a las verdes, y si hubiera habido más colores pues también.

Ante esto cabe preguntarse si nuestras administraciones, con sus políticos a la cabeza, saben a qué juegan y si en algún momento la U.E. defiende los intereses de sus administrados. No debe extrañarles a tantos altos funcionarios de la U.E. que la sociedad en su conjunto esté muy harta de toda esta situación y de que haya una convicción entre los ciudadanos europeos la idea de la ineficacia de las instituciones comunitarias. Todo el sector aceitunero y aceitero estará preguntándose el por qué tienen que pagar ellos los platos rotos del contencioso de las ayudas a la industria aeronáutica entre USA y la U.E.. Todos los exportadores de estos productos, que se han llevado años luchando contra viento y marea para colocar sus productos en un mercado muy exigente como el norteamericano, que generación tras generación se han formado, trabajado, sufrido reveses comerciales, como en el normal desarrollo de cualquier actividad mercantil, quitado horas de sueño y a sus familias… y cuando después de casi un siglo de esta lucha, para controlar y asentarte en el mercado mundial, te viene un tsunami de decisiones políticas que hacen tambalear los cimientos de nuestras empresas, no es para preguntarse ¿Nos merece la pena quebrarnos la cabeza con los parámetros económicos y comerciales para la toma de decisiones en nuestras empresas, si terminamos dependiendo del albur de decisiones políticas sin sentido? Y además al final la misma pregunta de siempre ¿Quién paga esto? Y desgraciadamente la respuesta es recurrentemente la misma: los de siempre.