Desde hace tiempo los periódicos de todo tipo nos vienen comentado las guerras comerciales entre los dos gigantes económicos mundiales, como son Estados Unidos y China. Tenemos la falsa sensación que este tipo de noticias en absoluto nos afecta, y ojalá fuera así, pero desgraciadamente, como en todas las guerras, los costes los padecemos todos los mortales. Washington y Pekín anuncian suplementos arancelarios a la importación de productos de origen USA o China respectivamente con el objetivo (equivocado a largo plazo) de proteger los intereses de las industrias nacionales frente a las extranjeras. Al principio puede parecer que les dé resultado pero a la larga siempre se ha demostrado que fracasa. La falta de competencia nunca ha sido buena y desarrollar políticas proteccionistas solo redunda en perjuicio de los consumidores que verán como termina aumentando la inflación y perdiendo su poder adquisitivo. Por otra parte, cualquier turbulencia económica nunca es bien recibida por los mercados financieros; así estamos viendo como ante estas noticias las bolsas caen, el precio del crudo se dispara, las inversiones se paralizan ante el aumento de los riesgos que suponen este tipo de políticas arancelarias, y un largo sinfín de consecuencias no deseables. Los mercados siempre necesitan tranquilidad y estas batallas comerciales la trastoca seriamente.
Durante decenios se han ido fraguando acuerdos comerciales para el tráfico internacional de mercancías y de servicios, con la finalidad de aumentar el desarrollo de los distintos países o grupo de países que los llevan a cabo. Estos acuerdos comerciales han supuestos ingentes horas de trabajo de multitud de profesionales y funcionarios, con la meta de conseguir, a través del consenso, proyectar puentes de intercambios de todo tipo. Todos estos puentes que se están gestado y aquellos ya fueron creados, y que están diseñados para el beneficio de población mundial pueden verse reducido a escombros en un segundo con decisiones populistas de corto recorrido como lo es el aumento arancelario, porque al final, como siempre, los platos los pagamos todos.